En Animaná, a unos 7 kilómetros del centro de Cafayate, a unos 1.700 metros sobre el nivel del mar, se puede ver al costado de la ruta 40 una finca plantada con 20 hectáreas de viñedos. Es un proyecto familiar pequeño pero que está empezando a hacer mucho ruido, especialmente ahora que están desembarcando con su portfolio de vinos en un mercado ultra competitivo como Buenos Aires.
Se trata de Bodega Dal Borgo, cuyo capítulo en la industria del vino se comenzó a escribir hace poco tiempo, en 2012, cuando la familia adquirió tierras en esa zona de los Valles Calchaquíes. ¿El objetivo? Producir uvas de calidad y elaborar vinos para otras bodegas. Sin embargo, cuando vieron el potencial de la finca, no tardaron en preguntarse cómo sería tener una etiqueta propia.
Y hacia allí fueron. Bajo la mirada atenta del enólogo Daniel Heffner, uno de los profesionales en actividad que más vendimias en el NOA debe tener sobre sus espaldas y que conoce como pocos el ADN de los Valles, la familia lanzó Almandino, con una pequeña partida de Malbec, Torrontés y Sauvignon Blanc, etiquetas que hoy forman parte de un interesante portfolio que conjuga carácter con identidad de lugar.
Carla Dal Borgo: “La biología me dio una perspectiva integral del ecosistema”
“Mi llegada al mundo del vino fue un tanto inesperada, de la mano de mi padre con la propuesta de incursionar en la elaboración de una línea de vinos propia, luego de haber trabajado en el desarrollo de 20 hectáreas de viñedos que proporcionaban materia prima a otras bodegas de Cafayate y de zonas cercanas”, explica Carla Dal Borgo, directora de la bodega, y que tiene una historia muy particular: es bióloga de profesión. “Yo estaba en una etapa de búsqueda de nuevos desafíos
Desde monitorear al detalle cada vendimia, hasta chequear que todo funcione bien en el wine bar o en el centro de visitas, Carla se encontró rápidamente en su elemento. Ser bióloga, reflexiona, incluso la ayudó a tener un abordaje diferente de esta industria, en especial en lo que hace a la comunión entre producción y sustentabilidad, una de las claves del proyecto.
“La biología me dio una perspectiva integral de ecosistema, la idea de que somos parte de un todo me enseñó que cada una de nuestras acciones impactan sobre otros. Diría que mi rol como bióloga se reversionó. Aporto mi visión a la sustentabilidad en producción, en el desarrollo de experiencias y en mi rol como consumidora consciente, trabajando sobre un producto que yo disfrutaría, no solo como bebida, sino también por el valor agregado que representa en su recorrido hasta la copa”, explica.
Y agrega: “Hay una frase de Jane Goodall, una gran referente, que para mí es clave: ‘Lo que haces marca la diferencia, y tienes que decidir qué tipo de diferencia quieres marcar’. En mi caso, elijo contribuir positivamente a través de prácticas que aporten al desarrollo sostenible de la región, en cada paso que damos con nuestra bodega dentro de esta industria. Afortunadamente, es una visión que compartimos como familia y la plasmamos desde el inicio en nuestro proyecto”.
“Somos una empresa familiar en todo el sentido de la palabra”, dice Carla Dal Borgo
La familia, de hecho, juega un papel clave, de punta a punta: cada integrante tiene una función bien aceitada. La madre de Carla, por ejemplo, es geóloga, una profesión íntimamente ligada con la vitivinicultura. Y fue quien ayudó a dar con uno de los mejores nombres que podrían haber elegido para una línea de vinos: Almandino que, más allá de la imagen poética que evoca, es el nombre de un mineral -una variedad de granate- que está presente en diversas partes del mundo y también en la Argentina.
“Somos un verdadero equipo donde cada uno aporta desde su fortaleza. Mi padre desde un principio fue el motor estratégico, con su experiencia en gestión de empresa y su visión para iniciar este sueño. Mi madre es nuestra conexión con la tierra, quien nos inspiró con la marca y nos brinda contención en todo momento. Mi hermano Facundo, agrónomo, es quien guía el desarrollo de nuestros viñedos, trabajando mano a mano con su compañera y agrónoma Eugenia, quien también lidera el área de sustentabilidad. Facu coordina además el trabajo en bodega, con asesoramiento de nuestro enólogo. Yo coordino el área administrativa y comercial y el desarrollo del enoturismo, además de ser la embajadora de la marca”, resume Carla, quien agrega que, si bien desde este año asumió como directora, “las decisiones importantes siempre nacen de una puesta en común. Somos una empresa familiar en todo el sentido de la palabra”.
Está comprobado que las empresas familiares tienen muchas ventajas pero factores como la toma de decisiones suele convertirse en el Talón de Aquiles de muchos proyectos. Sin embargo, Carla asegura que encontraron un buen equilibrio en la dinámica laboral de cada día: “Con el tiempo, cada uno fue encontrando su lugar y actualmente manejamos nuestras áreas con autonomía. Pero, por supuesto, muchas de las charlas laborales surgen en la mesa, entre mates o almuerzos. A veces nos gana la tanada, el debate se vuelve apasionado y se arma el revuelo. La clave es que, aunque los límites a veces son muy finos, hemos aprendido a respetarnos y a recordar que todos compartimos un mismo objetivo“.
Almandino, la familia de vinos de Bodega Dal Borgo
Objetivo: competir en “autenticidad” y no en volumen
Actualmente, la bodega produce unas 30.000 botellas por vendimia y el objetivo a largo plazo es no superar las 80.000; es decir, seguir siendo un proyecto de partidas ultra limitadas y con el ojo puesto en la calidad, un objetivo noble pero no exento de desafíos, sobre todo en un mundo donde el consumo de vino viene en baja.
“Sabemos que es un objetivo ambicioso, pero nuestra apuesta es clara: no competimos en volumen, sino en autenticidad. Nuestro gran diferencial es la fusión de ciencia y alma. Es la mirada de diversos saberes familiares unidos por un profundo respeto a la tierra. No solo hacemos vinos honestos; compartimos la esencia de nuestras raíces y nuestro terruño en su máxima expresión”, recalca.
Al preguntarle sobre la “misión” que persiguen ella y su familia con los vinos que están produciendo, reflexiona unos instantes y dice: “Buscamos consolidarnos como una bodega boutique salteña, referente de Animaná por la calidad de nuestros vinos, nuestra historia y el compromiso con la sustentabilidad. Que cada botella de Bodega Dal Borgo brinde una experiencia que conecte a las personas con la esencia del paisaje calchaquí“.
Bodega Dal Borgo es uno de los nuevos proyectos que más ruido está haciendo en Salta
Los desafíos de una bióloga en la industria del vino
Sobre lo más desafiante que enfrentó en todo este camino de aprendizaje, Carla no duda: “Fue empezar desde cero en un mundo nuevo, en una industria totalmente desconocida para mí. Volver a Salta después de 16 años y abrirme camino en un círculo nuevo fue también un gran reto personal. Y lo más lindo, fue conocer personas sumamente generosas que me acompañaron, me apoyaron y enseñaron muchísimo en este camino, y, desde ya, ver el resultado de todo ese esfuerzo al día de hoy es una gran satisfacción”.
Cuando se le pregunta si imaginó alguna vez que, siendo bióloga, podía estar al frente de una bodega, sonríe y dispara: “¡Para nada! Si me lo hubieran dicho hace diez años, no lo habría creído. Pasar de trabajar con fauna silvestre y educación ambiental en un zoológico a interpretar el terroir de un viñedo fue un cambio radical, pero increíblemente enriquecedor. Fue un camino de muchísimos desafíos, aprender desde cero sobre el vino como industria, ciencia, arte, cultura, y tanto más ha sido un viaje transformador”.
“Y si tuvieras que volver a emprender este camino, de bióloga a bodeguera, ¿lo volverías a hacer?”, consultó iProfesional. Y la respuesta de Carla no se hizo esperar: “Desde ya que sí; con la experiencia que tengo hoy, quizás algunas decisiones iniciales hubieran sido distintas, pero cada uno de esos pasos, incluso los tropiezos, fueron grandes aprendizajes“.